¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR DESDE AMÉRICA LATINA? HACIA UNA RACIONALIDAD TRANSMODERNA Y POSTOCCIDENTAL. (parte 5)

 JUAN JOSÉ BAUTISTA S.
IX. DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO TRANSMODERNO
ACCIÓN RACIONAL CON ARREGLO A LA REPRODUCCIÓN DE LA VIDA
El desarrollo moderno ha privilegiado, sin excepciones, el desarrollo de la mercancía, del dinero, del capital, de la técnica y la ciencia al servicio de este tipo de desarrollo. Para lograrlo, tenía y tiene que someter el trabajo humano y la naturaleza para poder explotarlos, de tal manera que fuese posible el desarrollo moderno. Esto quiere decir que no olvidó ni descuidó el desarrollo del ser humano, sino que tenía que negarlo desde el principio para poder generar más dinero, ganancia y capital. Y en función de este proyecto ha desarrollado su propia racionalidad y su propio sistema de valores, y los ha impuesto hasta el día de hoy con relativo éxito. Pero las consecuencias de esta racionalidad y sistema de valores ya las están padeciendo no sólo la humanidad entera sino también la naturaleza. Si la conciencia de la humanidad fuese en sí misma moderna o, si como dicen los grandes ideólogos del capitalismo, éste no es una posición económica o ideológica entre otras tantas, sino que expresa realmente lo que la humanidad es, si fuese en verdad así, entonces no habría salida para la humanidad y la naturaleza, y así estaríamos marchando inevitablemente al suicidio colectivo o al autoexterminio de toda forma de vida. Pero ahora sabemos que tanto la idea de desarrollo como las de economía, racionalidad y ciencia que ha producido la modernidad son irracionales, porque tiende ella hacia el socavamiento de las condiciones de posibilidad de sí misma y de la vida en cuanto tal. Por esto es irracional, porque tiende hacia la muerte y no hacia la vida. Es irracional porque no desarrolla la vida humana en general, sino que produce la destrucción de ella. Éstas son las consecuencias que han producido 500 años de modernidad. Por eso decimos que el problema ya no es sólo el capitalismo, sino la racionalidad y la cultura de muerte que ha producido, que es la modernidad. Por eso hablamos de la necesidad de producir y desarrollar otra forma de racionalidad, cuya intencionalidad explícita esté orientada a promover y producir condiciones de tal modo que la producción y reproducción de la vida en general sea posible. Pero entonces hablamos de una racionalidad de la vida cuyo contenido sean valores que promuevan el desarrollo y preservación de formas de vida que tienden a la vida y no a la muerte. De una racionalidad cuyo criterio explícito sea la producción y reproducción de la vida humana y la vida de la naturaleza, y que desde esta reproducción de la vida se pueda deducir cuándo una acción es o no racional. Por eso decimos que, cuando juzgamos la racionalidad del mercado desde el criterio de la vida, esta racionalidad aparece como irracional. Pero que cuando vemos esta racionalidad desde los fundamentos de la modernidad, aparece como perfectamente racional, aunque se esté produciendo constantemente la muerte, por eso es una racionalidad de la muerte. Ahora entonces podemos hablar de la necesidad de otro tipo de acción racional, pero no con arreglo a fines específicos en los cuales los sujetos no se hacen cargo ni son responsables por las consecuencias no previstas en sus cálculos, que es lo que caracteriza a la acción racional medio-fin, sino de un tipo de acción racional con arreglo a la producción y reproducción de la vida. Solamente al interior de esta nueva concepción de acción racional tiene sentido hablar de la idea del Suma Qamaña. En cambio, si queremos desarrollar esta idea del «vivamos bien» entre nosotros presuponiendo la racionalidad moderna, no sólo vamos a entrar en sendas autocontradicciones, sino que a la larga se mostrará como imposible. Por eso quienes impulsan la idea del Suma Qamaña, siendo paralelamente modernos o, si no, impulsando paralelamente políticas extractivistas, van a entrar en autocontradicción performativa, porque quieren desarrollar esta idea nueva en el contexto de las ideas y costumbres que se quieren superar. Entonces, si el criterio de la acción racional ha de ser la producción y reproducción de la vida, el concepto o concepción de racionalidad no lo puedo tomar de la modernidad, esto es, no puedo tomarlo de su ciencia y su filosofía, porque ellas son las que han hecho «aparecer» la lógica de la acción capitalista y moderna como «racional». Y, como ya vimos, las consecuencias de esta concepción, cuando son llevadas a la práctica, han sido no sólo nuestro subdesarrollo, sino la explotación de nuestra fuerza de trabajo y de nuestra Pachamama. De lo que se trata ahora es de tomar el criterio de lo que vaya a ser concebido como racional, de la capacidad o potencia de las acciones humanas por producir y reproducir tanto la vida nuestra como la vida de la Madre Tierra. Y el contenido de lo que sea la producción y reproducción de la vida, está aún vivo en la cultura viva de nuestros pueblos originarios; no está en el pasado, sino que está en el presente, aunque no lo veamos, porque nos lo impide ver el marco categorial de la modernidad, que está en las teorías con las que fuimos formados en las universidades colonizadas por la racionalidad moderna y que estructuran la forma de ver, de concebir y de relacionarnos con la realidad. La única forma que tenemos para poder salir del marco categorial del pensamiento moderno, es cuando podemos situarnos existencialmente desde estos otros horizontes de cosmovisión contenidos en las culturas vivas de nuestros pueblos originarios y que la modernidad, con sus procesos de modernización, quiere seguir destruyendo. Y esto empieza con la recuperación de la naturaleza como Pachamama, porque no es lo mismo la naturaleza que la Pachamama. En la modernidad, la naturaleza como naturaleza aparece como objeto. Podemos querer proteger y cuidar la naturaleza inclusive considerándola como objeto cuando nos damos cuenta de su importancia para la vida, pero se la seguiría concibiendo como objeto, objeto importante sí, pero al fin objeto, porque es posible caer en esa posición, la cual sigue siendo moderna. Por eso no es lo mismo considerar la naturaleza como naturaleza que considerarla como Pachamama. Cuando la concebimos como Pachamama, la naturaleza aparece ahora como sujeto, pero con una dignidad mayor que la de cualquier ser humano, porque aparece como madre de todos los seres humanos y no solamente de una cultura o civilización. Si concebimos la naturaleza como Pachamama, es decir, como sujeto, ya no podemos relacionarnos con ella como cuando nos relacionamos con un objeto, esto es, ya no podemos relacionarnos con ella como si ella no tuviese voz y vida. Si afirmamos que la naturaleza tiene vida pero no voz, entonces ella no aparece como sujeto, como Pachamama, sino que sigue apareciendo como mera naturaleza, como en el mejor de los casos hablaban de ella los románticos modernos y ahora los ecologistas. En cambio, si afirmamos que la naturaleza es sujeto, o sea, Pachamama, entonces no sólo estamos afirmando que tiene vida, sino que también es sujeto, como lo es de hecho la humanidad y, si esto es así, cuando nos relacionamos con ella no podemos dejar de preguntarle o consultarle o hablarle de lo que con ella queremos o podemos hacer en comunidad. Esto es, no basta con cuidarla como cuando se cuida un objeto precioso, sino que también hay que respetarla como se respeta a la humanidad como sujeto. Esto han hecho y hacen siempre nuestros pueblos originarios, y esto es perfectamente racional, acorde con una racionalidad en la cual la naturaleza no sólo es fuente de vida sino también sujeto de vida. Si esto es así, entonces para relacionarnos con ella, para hablar con ella, tenemos inevitablemente que recurrir a sus intérpretes, y éstos no se encuentran en los países del primer mundo, ni en ninguna universidad europea o norteamericana, sino en medio de los pueblos que esta modernidad siempre ha querido negar, para lo cual les ha puesto nombres despectivos con los que aparecen ahora estigmatizados de tal modo que quienes tienen racionalidad moderna no piensen ni remotamente que esta gente tenga algo positivo que enseñar a la humanidad, mucho menos a la modernidad. Los apodos y sobrenombres como brujos, adivinos, agoreros, etc., con los cuales el conocimiento de la modernidad los ha nombrado, no han hecho sino encubrir esta sabiduría milenaria con la que podemos ahora recuperar no sólo la naturaleza como Pachamama, sino una de las fuentes fundamentales a partir de la cual es posible producir y reproducir la vida en general. El pueblo como un todo, o como pueblo en tanto que pueblo, no habla directamente sino a través de sus representantes o sus intérpretes, que conocemos como líderes; lo mismo pasa con la Pachamama, ella en tanto que sujeto se expresa lo mismo que cualquier sujeto, pero en tanto que Pachamama no habla sino a través de sus intérpretes y representantes, que en el mundo andino son conocidos como «Consejo Amáutico», quienes saben lo que la Pachamama dice, quiere y necesita. Si el gobierno que dirige el compañero y hermano presidente Evo Morales fuese realmente un gobierno de nuestros indígenas, éste, aparte de tener sus ministros y asesores, debería tener también como asesores a un Consejo Amáutico emergido directamente, producto de la democracia comunitaria, de nuestros pueblos originarios, quienes también le podrían orientar y aconsejar en cuanto a políticas tendentes a la recuperación, preservación y desarrollo de nuestra propia forma de vida contenida aún en la vida de nuestras comunidades, para ser desarrollada conforme a la historia y cultura que heredamos milenariamente y que no procede de la tradición occidental. Pero parece que todavía no cree en ellos, por eso no sólo no tiene amautas como asesores, sino que se ha rodeado únicamente de quienes tienen conocimiento moderno de la política, la economía, la naturaleza y la realidad en general.
LA RACIONALIDAD DE LA REPRODUCCIÓN DE LA VIDA

Pero no basta con recuperar la naturaleza como Pachamama, ello apenas es el principio. Recuperar la naturaleza como Pachamama es recuperar el horizonte a partir del cual es posible producir y reproducir una forma de vida acorde con la producción y reproducción de la vida en general. De lo que se trata ahora es de recuperar nuestra vida recuperando la vida de la Pachamama. Hacemos esto no sólo cuando la cuidamos y respetamos a ella, sino cuando consumimos lo que en el contexto de esta relación producimos, que es la reproducción de la vida tanto de ella como de la nuestra, y esto empieza con la recuperación del sistema de los alimentos con los cuales es posible producir esta forma de vida que tiende a la reproducción de la vida. El capitalismo y la modernidad se dieron perfecta cuenta de ello. Por eso, para destruir nuestro propio sistema de los alimentos, produjeron no sólo su propia forma de alimentación, sino que ahora se están apropiando sistemáticamente del agua, la tierra y las semillas con las cuales controlar sistemáticamente la producción de los alimentos modernos (de aquellos que producen solamente ganancias, pero no vida). Porque, cuando los consumimos, consumimos esa forma de producción, consumimos ese contenido, es decir, esa lógica y forma de vida, o sea, la intencionalidad contenida en esa forma de producción. Dicho de otro modo, cuando consumimos los alimentos producidos de acuerdo a la lógica capitalista de producción, lo que también consumimos –o sea, comemos– es esa forma de producción, la cual se incorpora en nuestra subjetividad como su contenido. Por eso, luego nuestro consumo incrementa y fomenta la producción capitalista. Cuando sucede esto, es decir, cuando nuestra subjetividad se alimenta de este contenido, es lógico que desechemos y despreciemos no solamente la producción de nuestro propio sistema andinoamazónico de los alimentos, sino también su consumo. No estamos diciendo solamente que hay que consumir lo nuestro, no, lo que estamos diciendo es que, conforme a nuestro sistema de los alimentos, hay que producirlos de acuerdo a la lógica de la producción andino-amazónica, para que esta forma de producción se convierta en el contenido de nuestra subjetividad y así nuestro consumo produzca la producción y reproducción de nuestra propia forma de producir, no sólo una forma de economía sino también de nuestra propia forma de vida. Porque en el alimento no están contenidos solamente los nutrientes, minerales y proteínas propios de tal o cual alimento, sino también la intencionalidad con la que fueron producidos esos alimentos por los productores. Esto, aunque no lo vemos en el alimento cuando lo compramos o consumimos, sin embargo, está contenido en él, y cuando lo consumimos o comemos, nos comemos también la intencionalidad con la que fue producido ese alimento. Esto es lo que sucede con el capitalismo cuando convierte el alimento que sirve para reproducir la vida, en mercancía que sólo sirve para reproducir el capital. Cuando comemos este alimento-mercancía, lo que comemos es lo que está contenido en esa mercancía, que en última instancia es el capitalismo; es decir, cuando comemos el alimento-mercancía-capitalista, lo que comemos son las relaciones capitalistas de producción contenidas en esa mercancía-alimento, que se transforma luego en contenido de nuestra subjetividad. Por eso, así como el alimento capitalista o moderno nos conduce al capitalismo o modernidad, así también el alimento andino-amazónico nos conduce hacia esta otra forma de vida. Es completamente autocontradictorio querer o pensar volver a lo nuestro siendo paralelamente consumidores de mercancías capitalistas y modernas. Esta autocontradicción sólo es posible cuando nuestros sujetos no sólo se han colonizado, sino cuando han asumido completamente la lógica moderna como forma de subjetividad, lo cual sucede cuando los sujetos piensan que la materialidad de los alimentos no tiene nada que ver con la forma de pensamiento que emerge de este tipo de consumo, siendo que hay una estrecha relación. Éste es el idealismo en el que han caído los sujetos que ingenuamente han creído a la racionalidad moderna. Por ello, no se puede transformar la forma de pensar de un pueblo si no se transforma paralelamente la forma del consumo, pero también la forma de la producción acorde con este tipo de consumo. Pensar que es posible descolonizar o desarrollar un país como el nuestro privilegiando la construcción de carreteras, aeropuertos, canchas de fútbol, fábricas, etc., es una ingenuidad si es que previamente no se trabaja en la producción de la nueva subjetividad o la nueva conciencia con la cual se van a producir las grandes transformaciones. La revolución como transformación radical de la realidad de un país o pueblo empieza con la toma de conciencia de la necesidad de producir una nueva realidad, es decir, de producir la revolución de las conciencias con las cuales se va a producir esa realidad nueva. Por eso el sujeto de esta revolución no puede ser un partido, un instrumento político o el iluminismo de algunos dirigentes, sino el pueblo en tanto que pueblo, el pueblo como un todo, que es el pueblo cuando como comunidad se reúne en torno al proyecto de hacerse cargo de su propia subjetividad, de su propia conciencia, de su propia razón de ser y de su historia. Y esto acontece cuando como pueblo decide recuperar en este presente el pasado y el futuro que la modernidad nos ha querido negar y que hasta ahora no ha logrado del todo. Por ello podemos empezar a pensar en la posibilidad y necesidad de una nueva racionalidad de la vida. Pero para ello es necesario no sólo poner la realidad de pie, sino también poner de pie nuestra comprensión de la realidad. Sólo entonces será posible que, ahora sí, podamos poner de pie la dialéctica para luego desfetichizarla y de este modo formular y desarrollar una nueva concepción de racionalidad fundada de modo explícito en la producción y reproducción de la vida, tanto del ser humano como de la Pachamama. Sólo así podremos decir de modo coherente que estamos en un auténtico proceso revolucionario y no en un mero «proceso de cambio»

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