¿Qué significa pensar desde América Latina? Hacia una racionalidad transmoderna y postoccidental.

JUAN JOSE BAUTISTA SEGALES
IX.  DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO TRANSMODERNO
INTRODUCCIÓN
Como pocas veces, América Latina se vuelve a enfrentar con su propio destino, como si la historia le diese milagrosamente otra oportunidad para salir del atolladero en el que ha sido sumergida por los países capitalistas del primer mundo moderno, desde antes de las llamadas independencias nuestras que se dieron a principios del siglo XIX. De pronto, pareciera que históricamente nos ubicáramos de nuevo entre la década de los cincuenta y principios de la de los ochenta, porque hoy, en pleno siglo XXI, aparece en el horizonte de nuestra realidad la discusión de problemas sociales, económicos, políticos e históricos similares o casi idénticos a los que se debatieron en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De pronto hoy no sólo se vuelven a discutir problemas añejos del marxismo, como el del fin del capitalismo y la necesidad del socialismo, sino también otros como la forma o tipo de desarrollo o economía propios que debieran seguir nuestros países latinoamericanos. Temas como el de la relación entre el fortalecimiento del Estado y la regulación del mercado se presentan ahora importantes debido al vergonzante descalabro de la economía de mercado, pero también aparecen otros que parecían superados, como el de la industrialización de nuestros países para que dejen de ser meros exportadores de materias primas. Sin embargo, junto a esta problemática aparecen en el horizonte asuntos nuevos junto al surgimiento de nuevos sujetos y actores que ya no tienen la misma conciencia social o de clase que tenían antes los movimientos obreros, de estudiantes y la izquierda en general. Estos nuevos temas o problemas, inconcebibles para el pensamiento crítico del siglo XX, surgen justo cuando empiezan a mostrar todas sus contradicciones ya no solamente el capitalismo como modelo económico, sino también la modernidad como horizonte cultural gracias al cual se desarrolló el capitalismo; temas como el de la crisis ya no de un modelo económico sino de un modelo civilizatorio ponen por primera vez a la modernidad en su conjunto no sólo en crisis sino como inviable humanamente in the long run. Esta evidencia y patencia efectivas de lo que ahora son hechos y no meras conjeturas o hipótesis a ser verificadas, están permitiendo cuestionar radicalmente no sólo los presupuestos de la modernidad sino las tesis más fuertes sobre las que ésta se sostenía y sostiene hasta el día de hoy, como considerarse a sí misma infinitamente superior, absolutamente racional y auténticamente humana. Estas certezas largamente sostenidas, fundamentadas y argumentadas «racionalmente», han permitido concebir o considerar cualquier otra forma de vida, de economía, de desarrollo, de racionalidad, etc., como caduca, premoderna, inferior, superada y obsoleta. Tal es así que era normal, y hasta lógico, pensar que recurrir a estas otras formas de vida, de economía o de conocimiento no modernas era insulso o ilógico y, en todo caso, irrelevante. Sin embargo, esta crisis del capitalismo, que ya no es cíclica, está empezando a mostrar que los presupuestos con los que éste y la modernidad surgieron y se constituyeron no eran ni son como prometían ser. La crisis de estas certidumbres está permitiendo comenzar a pensar en serio en estas otras formas de vida, de economía, de desarrollo, etc. (otrora tan despreciadas, olvidadas, negadas y condenadas a la prehistoria de la humanidad), como alternativas posibles y hasta viables no sólo para nuestros pueblos, subdesarrollados durante estos 500 años por el capitalismo y la modernidad, sino también para la humanidad entera y hasta para la naturaleza, otro de los componentes esenciales en este nuevo proceso que se anuncia ahora para nuestros pueblos. Uno de estos temas que poco a poco va apareciendo con fuerza en el nuevo horizonte de la discusión, es el relativo a la concepción de vida que surge de nuestros ancestrales pueblos negados sistemáticamente por esta modernidad europeo-occidental. Nos referimos en concreto a la idea de Suma Qamaña, que se podría traducir como «vivamos bien» (no es una afirmación de carácter impersonal, sino que se dirige a todos nosotros, y, en nuestra opinión, ha sido mal traducida como «vivir bien») en comunidad entre nosotros, con relaciones de respeto, responsabilidad y solidaridad entre nosotros y entre nosotros y la naturaleza, lo cual entra en contradicción u oposición con la forma de vida y la idea de desarrollo propuestos por la economía moderna y la modernidad, sintetizados en la idea de vivir siempre más y mejor, pero sin incluir en ella relaciones éticas de respeto, responsabilidad y solidaridad con la comunidad humana en general. Esta idea procedente de los pueblos originarios del mundo andino (concebidos por la modernidad como premodernos) que está dando de qué hablar a la ciencia social latinoamericana, choca, sin embargo, fuertemente con la idea de desarrollo (de procedencia moderna) sostenida por los gobiernos de nuestros pueblos, con lo cual aparece por primera vez un problema antes impensado para la ciencia social y la filosofía, que se podría plasmar en la siguiente pregunta: ¿es sostenible para la humanidad la concepción moderna de desarrollo in the long run, esto es, en el medio y largo plazo? Esta contradicción aparece justo cuando un gobierno de procedencia indígena «aparentemente» intenta responder demandas populares largo tiempo anheladas, como la industrialización de nuestros recursos naturales, con lo que surge ahora otro problema mucho más complejo y que creo que puede permitirnos entender mejor el choque o enfrentamiento irreconciliable entre dos formas radicalmente distintas de vida, que a la larga van a poner en crisis existencial la forma de vida que hasta ahora hemos sostenido ingenua e ignorantemente durante estos 500 años.
PROBLEMA
El problema se podría plantear del siguiente modo: países como los nuestros son caracterizados como subdesarrollados porque todavía no hemos desarrollado nuestra sociedad, economía y producción, de tal modo que, por esta condición, estamos condenados a ser sólo productores de materias primas y no así de productos elaborados o industrializados que, por el valor agregado que ello implica, son los que producen realmente las ganancias, las cuales enriquecen sólo a los países del primer mundo desarrollado y no a los nuestros. Una vez que nuestros pueblos entendieron esto, están exigiendo y demandando la industrialización de nuestras materias primas, como, por ejemplo, el gas, para dejar de venderlo en bruto a precios irrisorios en el mercado mundial. Pero producir el gas con valor agregado implica industrializarlo; lo mismo sucede con el petróleo y los minerales como el litio. Bolivia, como varios de nuestros países atrasados, dependientes y subdesarrollados, no está industrializada, ni tiene tecnología para producir su propia industrialización. Entonces, como todo país subdesarrollado, tiene que comprar tecnología para poder industrializar sus recursos y ésta (la tecnología) cuesta mucho en el mercado y generalmente no está a la venta porque requiere mucha, pero mucha, inversión de capitales. Por ello normalmente se recurre a «empresas transnacionales» para su posible exploración, explotación o industrialización, las cuales tienen no sólo esos capitales, sino la tecnología y la gran maquinaria para industrializar nuestros recursos naturales, por lo cual volvemos casi al mismo problema. Es cierto que ahora nuestros recursos naturales como el gas no se venden a precio de gallina muerta, porque ahora ganamos como país un poquito más, pero, por la industrialización, la mayor ganancia se la siguen llevando las «empresas transnacionales»; ganamos un poquito más, pero el problema sigue intacto, seguimos siendo subdesarrollados, atrasados y dependientes. El Estado boliviano, por ejemplo, para poder industrializar el país, ha resuelto no sólo recurrir a grandes préstamos e inversiones de capitales extranjeros, sino que ahora también ha decidido generar grandes recursos económicos por la explotación de grandes yacimientos mineros, petrolíferos y gasíferos que hay a lo largo de todo el país, al modo como habitualmente se hacía y se hace aún en Bolivia, para impulsar este proceso de industrialización. Pero todo este proyecto está empezando a ir en contra de la idea de Suma Qamaña, la cual no sólo es la expresión de los pueblos originarios por vivir una vida digna, sino una vida que incluya el respeto por formas ancestrales de vida y en la que está radicalmente incluido el respeto por la naturaleza, la cual no es concebida como algo externo, extraño o fuera de las relaciones de vida, sino como algo central en la concepción vital que se quiere rescatar y seguir desarrollando. La idea de Suma Qamaña entraña desde el principio que el respeto, la responsabilidad y la solidaridad hay que practicarlos no sólo entre los seres humanos sino también con la naturaleza, porque ésta no sólo es el otro participante, componente o miembro de la comunidad, sino que es fuente a partir de la cual es posible la vida de los seres humanos y la vida en general. Por eso es que desde la idea de Suma Qamaña no se puede deducir ni concebir que se pueda explotar industrialmente la naturaleza como lo hace la industria capitalista y moderna, porque, al igual que se concibe y exige desde la idea de Suma Qamaña que se respete al ser humano y no se lo explote, se pide y se espera un trato similar con la naturaleza, es decir, se la tiene que respetar de tal modo que no sea posible con ella ningún tipo de explotación. Porque la idea de explotar tanto la naturaleza como el trabajo humano implica haberlos devaluado antes al rango de objetos. ¿Qué objeto pide, exige o espera que se lo respete? Ninguno, por su misma condición de objeto, pero si algo o alguien es concebido como sujeto, no sólo se espera que se lo respete, sino que ese sujeto incluso exige respeto en relación con los demás sujetos. La racionalidad moderna es imposible sin la fundación, constitución y desarrollo de la relación sujeto-objeto, y el capitalismo es imposible sin esta fundamentación, porque entonces no podría justificar su trato a la naturaleza como objeto de explotación. Para el capitalismo y la modernidad, la naturaleza es constitutivamente objeto, otra cosa no puede ser, por eso no sólo puede explotarla, sino que tiene que hacerlo para poder desarrollarse, de lo contrario están condenados a su desaparición. Sin desarrollo moderno no hay capitalismo ni modernidad; afirmar esto implica decir que sin explotación de la naturaleza y del trabajo humano es imposible el capitalismo y la modernidad. Por eso éstos tienen que explotar al ser humano y la naturaleza hasta el infinito para poder seguir creciendo y desarrollándose. La idea de Suma Qamaña es la antítesis de esta concepción de la naturaleza y del desarrollo moderno, y esta contradicción dialéctica aparece por primera vez en los procesos de transformación y cambio boliviano, ecuatoriano y hasta venezolano, cuando se quiere dejar de ser país subdesarrollado, dependiente y atrasado. Por eso ahora, cuando nuestros gobiernos quieren explotar la naturaleza para sacar a nuestros países de la pobreza, los pueblos originarios que tienen conciencia comunitaria se oponen a ello, porque esta forma de producir desarrollo e industrialización atenta contra la naturaleza, concebida desde tiempos inmemoriales como Madre. La Madre no es ni puede ser objeto ni mercancía, mucho menos objeto de explotación.
¿QUÉ HACER?
Este impasse está conduciendo a una crisis en la que el país se enfrenta aparentemente a la siguiente disyuntiva: o bien nos desarrollamos y entonces explotamos a la naturaleza para modernizamos, o bien nos quedamos donde estábamos antes, no sólo subdesarrollados, sino conviviendo con formas de vida arcaicas, casi en la Edad de Piedra, o como salvajes viviendo en medio de la selva. Como ahora dicen algunos ideólogos de la modernidad: si no fuera por la modernidad y el capitalismo, la humanidad entera seguiría viviendo en la Edad de Piedra o, si no, en la edad de los taparrabos. Si fuera así, lo único que le quedaría a pueblos como los nuestros sería modernizarnos lo más pronto posible, para poder dejar de ser subdesarrollados, pobres, atrasados y dependientes, esto es, habría que desarrollar más relaciones de mercado, más industrialización, en suma más modernización. Dicho de otro modo, la idea de Suma Qamaña sería una mera quimera ancestral bien bonita y romántica, que sólo serviría para ilustrar cuán buenos eran en el pasado nuestros pueblos, lo cual tal vez era válido para el pasado, pero no para el presente, que es plenamente moderno, por lo que esas ideas que bien pueden funcionar para conocer el pasado, no sirven en absoluto para el presente, con lo cual las tesis e hipó- tesis centrales de la modernidad quedarían plenamente confirmadas. Para la humanidad no habría otra forma de desarrollo humano que el de la modernidad de origen europeo-occidental. El problema entonces es: ¿cómo salimos de esta encrucijada? 

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