¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR DESDE AMÉRICA LATINA? HACIA UNA RACIONALIDAD TRANSMODERNA Y POSTOCCIDENTAL (parte 2)


JUAN JOSÉ BAUTISTA S.
IX. DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO TRANSMODERNO.

EL CAPITALISMO COMO PRODUCTOR DE DESARROLLO DESIGUAL. EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DEL SUBDESARROLLO
Una pequeña revisión de la historia de los intentos de industrialización en Latinoamérica nos está permitiendo entender de mejor modo este problema tan actual no sólo para Bolivia sino para todos los países llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo. Aparentemente, la solución a todos nuestros problemas está en la industrialización moderna, o sea, en producir en nuestros países un desarrollo moderno. Sin embargo la historia de América Latina, especialmente durante el siglo XX, muestra que intentar imponer en nuestras realidades este tipo de desarrollo o industrialización es justamente la causa de nuestro subdesarrollo. Cuando a principios del siglo XIX nuestros países empiezan a incorporarse al mercado mundial, no sólo éste ya existe, sino que había impuesto sus propias reglas de participación en dicho mercado. Si tienes mercancías que vender a buen precio, es decir, baratas y de calidad, ingresas; de lo contrario, estás fuera. En América Latina había cantidades infinitas de materias primas para ser explotadas, pero sin haber sido industrializada; en cambio, en Europa y Estados Unidos había muchas mercancías elaboradas y procesadas a muy buen precio para ser compradas al mejor postor; es más, estos países, para producir más mercancías a muy buenos precios, necesitaban urgentemente materias primas para seguir de modo constante con la producción. Ahora, por la historia económica de nuestros pueblos sabemos inmediatamente que los países latinoamericanos que se independizaron tenían necesidad de muchos ingresos económicos para sufragar los gastos de las guerras de independencia y, por supuesto, para iniciar nuestros despegues económicos. Ninguno tenía industria establecida o desarrollada, pero todos teníamos abundante cantidad de materia prima y, además, abundante cantidad de mano de obra barata. Así que, espontáneamente, casi todos nuestros países optaron por ingresar en el mercado mundial como productores de materias primas, en estado bruto y nada más. Era la manera de producir ingresos inmediatos y, para las oligarquías de aquel entonces, fue la forma más rápida de enriquecerse o de recuperar la riqueza que habían perdido durante las guerras de independencia. Paralelamente, los países de primer mundo, en especial Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, necesitaban, para seguir produciendo más mercancías competitivas, abundante materias primas baratas, porque la producción local de materia prima no sólo empezaba a agotarse, sino que la mano de obra barata empezaba poco a poco a encarecerse por las luchas que las clases obreras impulsaban permanentemente en esos países para mejorar sus niveles de vida. Además, la producción de mercancías competitivas implicaba no sólo tener materia prima barata, sino capacidad industrial para producir más, mejor y a precios baratos, de tal modo que sus mercancías pudieran ser sumamente competitivas en el mercado. En Gran Bretaña, desde principios del siglo XVIII se había llegado a la certeza de que la única forma de desarrollarse económicamente hablando era desarrollando la industrialización para poder producir más, mejor y más barato. Lo mismo sucedió en Francia y luego en Estados Unidos y Alemania. Desarrollar la gran maquinaria y la industria se constituyó en algo fundamental, capital y estratégico. Al principio, cada país recurrió a sus propias tecnologías ancestrales para empezar a desarrollar poco a poco la técnica, la tecnología y luego la industrialización de esas técnicas y tecnologías, proceso que se conoce como la primera industrialización, que tuvo lugar a mediados del siglo XVIII. Este proceso bastaba para pasar de la manufactura al primer tipo de maquinaria industrial. El ejemplo máximo se da en el modo de fundición que se utilizó para producir la primera industrialización: bastaba con tener un horno de fundición cuasi ancestral. Sin embargo, la mejora de la técnica, la tecnología y la producción de otro tipo de aceros, metales y aleaciones exigió desarrollar la propia técnica de fundición de metales, es decir, la creación de grandes hornos de fundición industriales. Cuando sucedió esto, apareció por primera vez en la industria lo que ahora se conoce como la producción industrial de fábricas de fábricas, con lo cual se entró en la segunda industrialización: de la producción de mercancías ahora se pasaba a la producción de grandes maquinarias y de fábricas. A principios del siglo XIX, justo cuando nuestros países se estaban emancipando, Gran Bretaña ya había hecho el pasaje de la primera a la segunda industrialización, gracias a lo cual fue posible, primero, la industria del ferrocarril y, luego, la producción de grandes barcos a vapor. La producción textil fabril ya era toda una realidad en Gran Bretaña, esto es, Gran Bretaña ya podía producir grandes cantidades de mercancías a precio económico, y para esto, para poder desarrollar este tipo de producción, de economía e industria, necesitaba expandir sus mercados más allá de Europa, porque aquí no sólo tenía competencia, sino que ya había fuertes disputas por el derecho a tener mercados propios (las guerras bonapartistas son en parte para defender la industria y el mercado franceses de la intromisión de los ingleses). Esto quiere decir que a Gran Bretaña le interesaba mucho que nos independizáramos, porque, libres de España, podíamos ser fértiles mercados para los productos manufacturados y elaborados por su creciente industria, y, además, ser grandes proveedores de las materias primas que ellos tanto necesitaban. Desde principios del siglo XIX, Estados Unidos se da perfecta cuenta de que la única forma que tienen de desarrollarse, es expandiendo su mercado hacia América Latina, es decir, constituirnos en su mercado y, a su vez, en proveedores de materias primas, esto es, hacer con nosotros lo que Gran Bretaña estaba haciendo con todo el mundo. Estas condiciones del mercado mundial hicieron que ingresáramos en él como proveedores de materias primas y a su vez como consumidores de mercancías o productos ya elaborados por la industria inglesa, europea y luego norteamericana. Dicho de otro modo, al convertirnos en consumidores de sus mercancías, automáticamente nos convertíamos en proveedores de materias primas, porque era lo único que teníamos para pagar sus mercancías. En ese entonces, ingresar en el mercado mundial como productores de mercancías elaboradas implicaba tener lo que no teníamos, industria. Además, ya en ese momento tener industria implicaba haber hecho el pasaje a la segunda industrialización, cuando ni siquiera habíamos hecho la primera, es decir, en cuanto a producción en general todavía estábamos en la manufactura. Gran Bretaña y los países europeos capitalistas sabían que la única forma de que nuestras economías pudiesen ingresar en el mercado mundial era como proveedores de materia prima y nada más, y que justamente por ello nosotros éramos grandes posibles consumidores de sus mercancías, y que esta situación era ideal y propicia para que ellos pudiesen seguir desarrollando su técnica, tecnología e industria para producir más y mejor, porque, al ser consumidores de sus mercancías, les permitíamos vender lo que habían producido, es decir, les permitíamos seguir produciendo ganancias de este proceso de producción exclusivamente a ellos, ganancia con la cual podían seguir invirtiendo en la producción de nueva ciencia y tecnología para producir nuevas formas de producción industrial. Dicho de otro modo, gracias a la compra que nosotros hacíamos de sus productos, al precio que estipulaban sus mercados, muchas veces impuestos por ellos mismos, nosotros financiábamos en parte el desarrollo de su propia industrialización. De tal modo que, cuando nosotros queríamos tener industria, no sólo no teníamos capitales para ello por el elevado costo de ésta, sino que teníamos que comprársela a ellos, los productores no sólo de mercancías elaboradas sino también de conocimiento, técnica e industria con la cual producirlas; esto es, desde el principio estuvimos obligados a comprar desde las mercancías hasta la industria y la tecnología con las cuales producir siquiera para el consumo local. La respuesta natural de algunos de nuestros países fue cerrar nuestras fronteras a la importación de mercancía europea, esto es, optaron por el proteccionismo. La contrarrespuesta del capitalismo fue la guerra total contra nuestro proteccionismo. La casi total destrucción del primer país industrial latinoamericano, Paraguay, a mediados del siglo XIX por Gran Bretaña apoyada por las oligarquías brasileñas, uruguayas y argentinas no es casual. Durante el siglo XX, los pocos intentos de industrialización que hubo después de la Segunda Guerra Mundial, fueron ahogados por cruentos golpes de Estado propiciados por el nuevo amo imperial. Mientras tanto, la técnica, la tecnología y la industrialización han seguido desarrollándose de tal modo, que ahora ya se está haciendo el pasaje de la industrialización a la robotización y la cibernética, y nosotros seguimos siendo proveedores de materias primas a precios baratos que estipulan obviamente los mercados del centro controlados por las grandes corporaciones transnacionales. Y todo este proceso ha sido hecho, impulsado y desarrollado por la misma concepción con la cual se han desarrollado, casi sin interrupciones hasta ahora, el capitalismo y la modernidad, explotando el trabajo humano y la riqueza natural de los países del tercer mundo. Dicho de otro modo, el desarrollo del desarrollo moderno no ha sido propiciado sólo por el desarrollo de la ciencia, la técnica y la industria, sino por la explotación inmisericorde tanto del trabajo humano como de la naturaleza de los países del tercer mundo. Por esto decimos que el desarrollo moderno no sólo nos ha subdesarrollado, sino que ha producido en general un desarrollo desigual entre los países capitalistas del primer mundo y los del tercer mundo, esto es, que, desarrollándose ellos, a nosotros nos han subdesarrollado. Éste es el tipo de desarrollo desigual que el capitalismo y la modernidad han producido en nuestra realidad. La pregunta que se plantea entonces sería la siguiente: si un país como Bolivia quiere desarrollarse a imagen y semejanza de los países del primer mundo, ¿a quiénes tendrá ahora que explotar?; es decir, ¿qué trabajo humano tendrá que explotar y durante cuánto tiempo para poder hacer su acumulación originaria, o sea, acumular capitales de tal modo que no tenga que verse obligado a comprar tecnología, sino poder producirla? Por otro lado, teniendo como parte fundamental de su pueblo a pueblos que no tienen la misma concepción de la naturaleza que los países del primer mundo, ¿se atreverá a explotar a la Pachamama como lo hicieron y siguen haciendo los países desarrollados del primer mundo? Cuando uno parte de la visión que los pueblos originarios tienen de toda la realidad, la única forma de desarrollo que se deduce no es la moderna, es más, esa concepción de desarrollo aparece ahora como irracional por la enorme capacidad destructora que ha generado, produciendo a lo largo de estos cinco siglos crisis y más crisis como la de ahora, donde, como siempre, quienes pagan son los pobres y la naturaleza. Como decía Marx, el capitalismo (y en este caso la modernidad) lo único que sabe desarrollar son las fuerzas productivas y el capital, a costa del ser humano y la naturaleza. Ahora de lo que se trata es de desarrollar al ser humano y la naturaleza a costa del capitalismo, las fuerzas productivas que éste ha producido y la modernidad que lo ha cobijado. Esto quiere decir que del desarrollo de la mercancía y el capital ahora hay que pasar al desarrollo de la vida humana y la naturaleza, y para esto la experiencia histórica y cultural de nuestros pueblos largamente condenados al olvido se torna fundamental, máxime cuando ahora, por primera vez en la historia, asistimos a la posibilidad de que la naturaleza, la vida que ella ha producido y produce, se pueda agotar. Si esto ocurriese, la vida humana sería imposible. Desarrollar, entonces, este tipo de responsabilidad, de cuidado de la naturaleza y de solidaridad con los miles de millones de hambrientos y pobres que hay en el mundo, aparece ya no sólo como una alternativa más, sino como la opción más racional si no queremos seguir viviendo atrapados por la irracionalidad moderna, persistiendo no sólo en su forma de vida sino, en este caso, en su concepción de desarrollo.
DEL DESARROLLO DESIGUAL AL DESARROLLO DE LA VIDA
Como podemos ver, el capitalismo y la modernidad han desarrollado su propia concepción de desarrollo, la cual permite desarrollarse solamente a los países del centro, a costa de la negación del desarrollo de los demás pueblos que no han alcanzado este tipo de desarrollo, porque justamente éste se lo niega, se lo impide y obstaculiza. Pero esto no sucede sólo por problemas de mercado e industrialización, sino también por el tipo de sociedad que ésta produce. Esto es, el tipo de subdesarrollo que produce el capitalismo y la modernidad es una producción estructural, la necesita producir, necesita producir sus propios dominados, sus pobres a quienes explotar para ganar más, necesita producir sus inferiores, sus atrasados y dependientes para poder desarrollarse. En este sentido, necesita no sólo producir primer y tercer mundo, el centro y la periferia, sino que necesita que esta diferencia se profundice para que alcanzarlos a ellos resulte casi imposible, de modo que nosotros nos quedemos donde estamos y ellos puedan seguir manteniéndose en ese lugar privilegiado; porque si nosotros empezáramos a desarrollarnos, todos los privilegios, ganancias y beneficios que les otorga ser países desarrollados del primer mundo, empezarían a entrar en peligro. Esto quiere decir que, para desarrollarnos conforme a la imagen que ellos han proyectado de desarrollo, nosotros tendríamos que empezar a hacer lo que ellos han hecho centenariamente, explotar el trabajo humano de otros pobres y explotar nosotros mismos a nuestra propia Madre Naturaleza. Por ello, para poder desarrollarnos, necesitamos producir otra concepción de desarrollo. En este sentido, no estamos en contra del desarrollo, sino en contra de un tipo o concepción de desarrollo, específicamente del tipo de desarrollo que nos ha subdesarrollado, del tipo de desarrollo que tanto el capitalismo como la modernidad han desarrollado, el cual estructuralmente necesita producir subdesarrollo de modo paralelo. Sin embargo, no basta con que, intentando desarrollarnos, decidamos no explotar, dominar o subdesarrollar a otros; es decir, no basta con tener la intención de no producir relaciones de dominio y explotación, como si el problema fuese meramente valórico o de buenas o malas intenciones, sino que de lo que se trata es de tener una visión clara de la estructura de dominio escondida en el tipo de desarrollo que se quiere negar para producir o promover la otra concepción de desarrollo. Porque, siendo el problema estructural, el problema es objetivo, existe en la realidad, a la que ahora se enfrenta nuestra subjetividad.

 ...continuara...

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